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La tentación de no aceptar (ni proclamar) el Reino de Dios.


Síntesis del mensaje del domingo 3 de julio de 2016, en el servicio de Libres por Amor ICM /MCC Iglesia Emergente, basada en Lucas 10:1-11

Hemos venido hablando las últimas dos semanas sobre el llamado que Dios nos hace —pues todos estamos invitados a la fiesta. Es momento de hablar sobre lo que podemos esperar al salir y llevar las buenas nuevas allá afuera, sobre algunos gajes del discipulado.

Salir y hablar de las buenas nuevas significa dar a conocer que el Reino de Dios está aquí, ya está aquí, no es un concepto lejano, no es algo que sucederá en el futuro: es presente, ya llegó. Este es el centro del mensaje de Jesús -el Reino de Dios, el cual se define como justicia, gracia y compasión. A cualquiera que responda en fe a este llamado, acepta abrazar el Reino de Dios en justicia, gracia y compasión, aunque compartir esto no es fácil pues siempre habrá oposición, contradicción e incluso hostilidad o ataques.

La gente a la que vas a abordar para compartirle las buenas nuevas, vive en otros reinos, menos el de Dios. Puede estar metidos en el reino del cómo-hacer-mucho-dinero, el reino del quiero-sexo-y-mas-sexo, el reino del necesito-comprar-esto-y-lo-otro, incluso el reino de todo-mi-tiempo-se-me-va-en-trabajar. Hay reinos de los que es difícil salir. Como un reino que se dice de Dios pero que no lo es, porque desde ahí, desde las palabras intolerantes de iglesias empeñadas en sembrar el odio hacia lo ‘diferente’, se vive lo opuesto a lo predicado por Cristo: injusticia, venganza, desprecio. En fin, hay muchos reinos en los que todos, sí, todos, podemos estar metidos, o pudimos, en algún momento de nuestras vidas. Y luego les hemos jurado fidelidad —al reino del chisme, al de la mentira, al de la hipocresía y la intriga. No siempre es fácil salir de ellos, de hecho muchos de ellos conducen a la locura, a la cárcel, la enfermedad o la muerte, y esto es literal. Muchos hemos estado metidos en el reino de sólo quienes son jovenes, delgados, bellos y ricos, valen algo en este mundo. O el reino de sólo quienes tienen buen auto, buena ropa, usa buenas lociones, tienen éxito. Y luego te consigues adelgazar, o te compras buena ropa o conduces el auto de tus sueños y nunca te sentirás satisfecho. Nada de esto realza tu vida ni la hace plena: siempre habrá un vacío.

De tal forma, cuando Jesús nos pide que nos comprometamos, que salgamos, literalmente, y que transmitamos las buenas nuevas de que el Reino de Dios está aquí, ¿Qué podemos esperar? Nos vamos invita a ser testigos ante muchas personas que ya viven en su propio reino. Jesús envió a 72 de sus discípulos a hacer LO MISMO que él había estado haciendo: actuar con compasión y misericordia y pidiéndole a la gente a que respondiera con fe, a que el Reino de Dios ya está cerca (Lucas 10:9). Como en la época de Jesús, la invitación sigue siendo la misma, y ahora igual que entonces hay contradicciones y reinos que compiten, pues así como Jesús supo que habría muchas personas que no estarían dispuestas a renunciar a otros reinos por el Reino de Dios, así ahora también sucede. ¿Qué decirles a estas personas, a quienes no desean escuchar, a quienes esto les parece una broma y no consideran abrirse a esta posibilidad? Lo mismo: que el Reino de Dios ya está en su puerta, ya está aquí. Siempre lo ha estado, siempre lo estará. ¿Por qué sufrir? ¿Por qué buscar más? ¿Por qué esforzarse al experimentar con otros reinos? Jesús sabe que no vale la pena complicarnos más la existencia — y nos brinda una sencilla fórmula: con fe, acepta el Reino, acepta que ya eres parte de él, que siempre lo has sido.

Nosotros estamos aquí porque deseamos ser discípulos, discípulas de Jesús, y practicar lo mismo que Él, los valores del reino, entre personas que les son fieles a otros reinos, y estamos aquí para proclamar el mismo mensaje a todos por igual: El Reino de Dios YA está aquí, y no sólo proclamo, lo vivo, es parte de mi y es lo que le da sentido a mi existencia. Insisto: al Reino lo proclamas con tus acciones, no sólo con palabras. Cuando pones en práctica la compasión, la misericordia, el amor a tu semejante, reconociendo que el otro y tú son uno solo, que son criaturas de un mismo Padre/Madre amoroso, cuando extiendes tu mano hacia el necesitado, cuando te pones del lado de los oprimidos y las víctimas de la discriminación y la violencia que nos aqueja, ENTONCES estás siendo testigo del Reino. No puedes ser discípulo del Reino ni proclamar su gloria repitiendo total o parcialmente el mismo discurso de desprecio hacia los oprimidos que ahora han puesto tan de moda la iglesia y el aparato de poder, aunque los oprimidos puedan ser distintos según la conveniencia o el momento; revisa bien tus ideas, examina el ministerio de Jesús el disidente, el que siempre estuvo del lado de los degradados, los condenados de la tierra. La compasión de Jesús, esa misma que intentes practicar, no es selectiva, mucho menos su justicia y sus amorosas acciones sustentadas en la gracia.

Claro, que no nos sorprenda en nuestro andar, que unos se conmoverán y nos harán preguntas, investigarán y se unirán, pero otros no renunciarán a sus ideas, ni a su dios de ira y de odio, ni a sus ideas de venganza y exclusión, a pesar de que EL REINO DE DIOS ES PARA TODOS, pues no hace acepción. Algunos incluso responderán con mucha hostilidad, porque cuando les hablemos o, más importante aún, cuando les mostremos que nosotros hemos decidido actuar —y disfrutamos actuando— con justicia, gracia y compasión, les estaremos rompiendo su esquema, las ideas con las que ellos definen toda su vida, y entrarán en una profunda contradicción, con dudas y sobresaltos, porque no tienen fe. Por eso te atacarán. No es algo personal contra ti, es algo personal contra ellos mismos cuando vean reflejada la luz de la verdad que les amenaza su frágil reino.

Nosotros mismos nos sorprendemos cuando nos enfrentamos a la verdad: lo que excluimos de los demas, es lo que excluimos de nosotros mismos, esta es la ley de la proyección. En el fondo, cuando despreciamos a nuestro hermano por la causa que sea —porque es homosexual o lesbiana, porque es pobre, porque anda sucio o se viste mal, porque es un chairo a favor de la lucha de los maestros (o porque es maestro y anda haciendo marchas o bloqueos para que lo escuchen), porque es estudiante y revoltoso, porque es indio e inculto, naco e ignorante (diría la ‘gente bien’), porque nada más hizo la secundaria, porque no comparte la idea del mismo Dios, porque es de otra religión a la que detesto, porque tiene una vida sexual que por supuesto que no apruebo ni de chiste, porque es heteronormada, porque es muy obvia, porque no tiene derecho a estar en el closet, porque es feliz y se rie y eso me irrita, porque es anciana y eso me intolera, porque son pareja del mismo sexo y adoptaron una criatura, porque van a marchas exigiendo que se detenga la violencia contra las mujeres, porque se pintan el pelo de colores, porque… porque… todo esto, no tiene que ver con ese hermano al que desprecio: tiene que ver conmigo. El problema no es que la persona sea lo que es o haga lo que haga, sino la forma en que pienso, siento y reacciono al respecto. Me desprecio a mi mismo porque en el fondo soy así o tengo partes dentro de mi que quisieran ser asi.Me desprecio porque no puedo aceptar, no puedo amar, nunca me enseñaron cómo. Me desprecio porque hay componentes de rechazo esclavizados a mi pasado y las personas me lo muestran. Por esto da pavor el amor, da terror el Reino de Dios -porque en el Reino ya no hay más engaño, sólo verdad. No hay más injusticia, ni arrogancia. Sólo brilla el Amor de Dios, y bien presentimos que estamos unidos en el.

Entonces, así como nosotros nos sorprende enfrentarnos a la verdad, y sabiendo que lo que rechazamos en los demás es lo que rechazamos de nosotros mismos, que no nos sorprenda entonces que aquella persona que nos vea actuar o nos escuche hablando de misericordia, de gracia y de justicia, le va a parecer una locura que intentemos competir con SU reino. Es como remar contra corriente. Podrá ser incluso cansado, desgastante.

Podremos incluso sentirnos desilusionados. Pero no caigamos en la tentación de abandonar el llamado que Dios nos hace, para unirnos a la mayoría y a sus reinos. La tentación de no aceptar, de no esforzarnos, de quedarnos egoístamente con lo que nos conviene, sin compartirle nada al mundo. No caigamos en la tentación de cambiar nuestro llamado a sentirnos libres por amor, libres en Jesús y en su avasallante mensaje de liberación, para regresar al mensaje de esclavitud de las religiones intolerantes, casadas con un dios caprichoso, exigente, voluble y homofóbico y con una estrecha y rígida idea de la familia, del matrimonio y el amor, entre muchas otras barbaridades. No caigamos en la tentación de no ser discípulos de la Santa Libertad. No caigamos en la tentación de aceptar la injusticia de nuestro sistema económico, ser sumisos ante los sistemas políticos que oprimen nuestra humanidad y se fortalecen en base a la opresión del humilde o el desempleado, el blanco del ultraje y la violencia, la corrupción y la muerte. Parafraseando a Benedetti, "...líbranos de todo mal de conciencia."

No caigamos en la tentación de ignorar los asesinatos que a sangre fría se cometen en este país contra gays, lesbianas, travestis, trabajadoras sexuales, obreras, campesinos, migrantes… Hace seis días en Monclova, Coahuila, afuera de un OXXO, una pareja de mujeres fue agredida verbalmente por un hombre a bordo de una camioneta. La pareja se retiró, pero fue alcanzada por la camioneta, que chocó su vehículo, y al bajar una de ellas para reclamar, fue balaceada en el cuello, atropellada y arrastrada por el criminal. Este par de mujeres, su único delito fue mostrarle al mundo su amor, en una libertad que no afectaba a nadie. Y hay que decirlo con todas sus letras: esa libertad es también una manera de proclamar el Reino de Dios. En el Reino de Dios no hay represión, no hay hipocresía ni doble moral: hay amor, y hay libertad. Pero esta libertad debió haber enfurecido al asesino, quien posiblemente en su vida tenía mucha represión o demasiada envidia por demostrar el afecto asi, o quiza tuvo una pareja lesbiana que lo abandonó. Todo puede ser, pero no tenía que ver con ellas, sino con él mismo.

No nos decepcionemos. Jesús no nos está haciendo un llamado para que salgamos y proclamemos las buenas nuevas, nos apedreen y nos convirtamos en mártires a causa del Reino de gracia y de verdad. Nos hace este llamado, el más importante de nuestras vidas, porque Jesús sabe que la verdad nos hace libres (Juan 8:32), y la verdad es que el Reino de Dios, definido por la justicia, la compasión, la paz y la libertad, es la UNICA realidad. Toda la biblia habla de esto, en los salmos especialmente. Los demás reinos nos prometerán felicidad sin límites, pero sólo al seguir a Jesús y VIVIR los valores del Reino de Dios, encontramos una plena realización de nuestra vida. Esta es la auténtica realidad: ante el Reino de gracia y de verdad, amor y paz de Dios, todos los demás reinos palidecen y se desvanecen.


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