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Dios no causa nuestro sufrimiento —entonces sería un Dios malvado.


Últimamente me decidí a ser más públicos algunos aspectos de duelo en mi vida personal. Esto ha provocado grandes discusiones, lo cual era mi esperanza al ser más abierto y vulnerable en el ámbito público.

Uno de los problemas más comunes que se presenta en estas discusiones es el papel de Dios en el sufrimiento humano. El otro día me di cuenta que yo no creo que Dios tiene un plan maestro que se desarrolla meticulosamente y sin desviación (Rechazo que todos los eventos futuros están predeterminados por Dios), precisamente porque cualquier plan para el desarrollo de acontecimientos significaría que Dios es el agente causal detrás del mal y del sufrimiento humano.

La idea de que Dios planea y de hecho provoca que el sufrimiento para un misterioso propósito más elevado, es seguramente la visión cristiana de mayor popularidad, por lo por lo menos de una forma u otra. A muchos de nosotros se nos enseña desde muy temprana edad que debemos dar gracias a Dios por todas las cosas, porque él planeó todas las cosas —incluso las tragedias horribles de la vida— que serán a fin de cuentas, para nuestro propio bien.

Por un lado, puedo ver por qué nos inclinamos a esta posición. Tal posición nos permite desprendernos emocionalmente desde el fondo de nuestro dolor, para pasar del duelo a cosas como la confianza y la gratitud. Esta posición nos permite encontrar la comodidad en accidentes de tráfico, tumores cerebrales o incendios en el hogar, porque no importa lo horrendo que sea un evento de la vida, uno creerá que Dios ya lo había planeado, y que lo ideó para un hermoso fin que simplemente no podemos ver todavía.

Por otro lado, creo que una inspección más detallada de este concepto nos debería mostrar rápidamente por qué no solamente es falso, sino repulsivamente falso. Dios no es el agente que causa nuestro sufrimiento, y no planea que nos sucedan cosas malas por algún misterioso propósito superior.

Veámoslo de esta manera: Si todo lo que Dios hace es bueno y amoroso, y si estamos llamados a ser imitadores de Dios (Efesios 5:1), también debemos ser capaces de imitar este atributo de Dios. Si Dios es nuestro ejemplo perfecto, y si Dios inflige sufrimiento intencionalmente con el fin de lograr un bien mayor, también sería bueno y amoroso que nosotros lo hiciéramos. Por lo tanto, vamos a probar la teoría.

Tengo una hija de 14 años de edad llamada Johanna. Ella es mi vida, mi corazón. Yo haría cualquier cosa por ella, sobre todo si se tratase de algo que podría profundizar nuestra relación y darle valiosas lecciones de vida para el futuro.

Digamos que un día decido que quiero ayudar a Johanna a que aprenda y crezca, y yo quiero hacer algo que profundice nuestra relación. La llevo al taller en mi cochera, y le pido que coloque ambos brazos en mi mesa de trabajo y que permanezca inmóvil. Entonces yo cojo un martillo y le explico a ella, "Johanna, te quiero más que a nada en el mundo. Así que ahora mismo, te voy a romper ambos brazos con este martillo. Sé que te va a doler, y que te llevará mucho tiempo recuperarte de esta lesión. Sin embargo, quiero que sepas que lo estoy haciendo por un bien mayor: en los meses que pasarás con los brazos enyesados, no serás capaz de hacer nada por ti misma. Esto va a hacer que aprendas a tener una dependencia más profunda de mí, confiar en que voy a cuidar de ti, y satisfacer tus necesidades. Oh— y esto también nos acercará emocionalmente, porque tan pronto como sientas el dolor, vas a querer que yo te consuele y te tenga más cerca como lo has deseado desde hace tiempo“.

Esto sería desagradable, ¿no? Sería un terrible abuso, suficiente como para perder a mi hija para siempre y para que me refundieran en la cárcel. Sería un acto indescriptiblemente malvado.

Así que, ésta es mi pregunta: Si sería un abuso que lo hiciera, ¿por qué es bueno y bello cuando Dios lo hace? ¿Por qué decimos que Dios planea, provoca y ordena nuestro sufrimiento para que podamos acercarnos a él y aprendamos a depender más profundamente de él?

Porque —discúlpenme— si Dios decidiera romper ambos brazos a propósito, sería un ser malvado.

¿Cómo podemos ser tan éticamente incoherentes entre lo que Dios hace, y lo que hacemos nosotros?

Seguramente, si lo hace Dios y Dios es perfecto, debe ser algo que nosotros haremos al obedecer el imperativo bíblico de ser imitadores de Dios.

Pero esto puede no ser posible jamás — porque causar sufrimiento deliberadamente es una acción malvada.

Es una mala acción si rompo los brazos de mi hija, o muevo a propósito el volante para dirigirla en sentido contrario del tráfico, o si le doy un tiro a su perro porque le presta más atención al perro que a mi, o si la empujo por una ventana porque sé que su sufrimiento hará que ella se acerque más a mí, y todo esto le enseñará algo.

Es una mala acción, si Dios planea que nos caigamos desde el techo, si envía un conductor borracho a que nos choque de frente, o si nos da un tumor cerebral simplemente para que aprendamos a amarlo mejor, y sentirnos más cerca de él.

Es una mala acción si lo hago.

Es una mala acción, si Dios lo hace.

Por lo tanto, si no podemos justificar el generarle sufrimiento a nuestros propios hijos con el fin de lograr un bien mayor, quizás es hora de repensar el papel de Dios en nuestra propia vida.

(Sí creo que Dios usa nuestro sufrimiento para revelar la belleza, pero esto es totalmente diferente a decir que lo causó para revelar la belleza. Vamos a explorar esta idea, junto con una mejor lectura de Romanos 8:28 en mi próxima publicación.)

Autor: Benjamín L. Corey. www.facebook.com/benjaminlcorey. Publicación original aquí.


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